A la primera que encontré,
Valentina, viajera incansable que me dio las pautas de su largo caminar, meses de pampa y lo que le queda. A
Victoria y
Helena (con H), españolas de acentos varios, mochila ligera y andar despierto.
A
Amaranta y
Maco por su descaro estudiantil.
A
Nana, por su sabiduría transmitida ya a generaciones y a mí en particular.
A
Manuel, médico empatizado que sacó lo mejor de sí.
Carolina, por su juventud y esa arma cargada de futuro. A
Liz por su sonrísa entre tinieblas. A la
guapetona, por sus “proposiciones” y clases particulares de reguetón, imágenes y palabras como chute pa la autoestima. A
Mónica, argentina dicharachera, por enseñarme su obra. A
José por destapar sus frascos de boticario. A
Venecia por su teatro compartido. A
Guillermo, por sus palabras animadas.
Ariela, por conversar tomando el sol sobre un tronco viejo. A
Andrés por su relato de Niebla bajo la luna grande mientras fumábamos sin escondernos. A
Cibel por su relato de vida que me hizo llorar, tu cantata chilena y la conversación de sobremesa sobre nuestros países y vidas.
A
Lorena por su personaje contrario tan bien encarnado y posterior plática. A
Jose Miguel por llevarnos de la mano a conocer Ancud mientras bebíamos mogollón de cervezas y sonaban conciertos de Pink Floid.
A
Marcela por hacer nacer en mí la aventura y prepararme uno de los mejores viajes de mi vida, tantas horas compartidas en un despachito, con tanta frescura y cariño.
A
Dirceu por invitarme a Brasil y a
André por perderse en el glaciar Grey y sacarme la preocupación.
A
Bill de Pto. Natales por su castellano-inglés sobrao. A la
camarera del garito de Pta. Arenas por no servirme un té.
A los mexicanos
Alejandro y
Raúl por hacerme comprender la vanidad e invitarme a Perú. A
Antonio por “Fernando” y usted, a su
mujer por la belleza cándida que destilaba. A
Mercedes y
Yolanda por su mirar inquieto buscando aprobación.
A las
chicas del barco, chilenas, argentinas y españolas que me hicieron reír un montón con sus jueguecitos. A
Julio por hacer horas extras sirviendo cócteles. A
Claudio por sus vinos. A la
mujer del metge porque con sus ojos de penica hizo verme de otra forma. Al “
Gran Capitán” por sus excusas.
A las
chicas de Rosario por llevarme de farra al Astrobar, en especial a
Adela por sus e-mails y a
Stella por su sonrisa. A
Silvia Salinas por sus historias de familia. A
Gabriela por facilitarme las cosas para estar con ella.
A
Michel por la finura de su intuición y sus palabras. Realmente mágica.
A
Eloisa por situarme en Aries.
A
Lorenzo, argentino afincado en Italia por perderse conmigo en los grandes bosques.
A
Pay, que me trató como a un amigo y que le debo una. A
Sibi, por intentar acercarme a la Gestalt bonaerense. A
Charo por charrar hasta la madrugada de esas cosas nuestras. A
Carolina por compartir psicoanálisis, Lacan y creatividad. A
Azul, por darme el mejor masaje de mi vida haciéndome sentir tantas cosas.
A los
piratas del parque Rivadavia.
A
Mariana, por su emocionante correo, su acercamiento a Jung y compartir tarta y vida en una plataforma girante (y lo que nos queda).
A Su Santidad el
Dalai Lama por saludarme.
A toda la gente de pocas palabras: camareros, taxistas, anónimas cruzadas de miradas, a la que sonrió al verme en las tiendas de rap, a los repartidores de propaganda erótica, que no se que cara me verían, pero me bombardearon…. En fin!, a quien de alguna manera alzó sus ojos para que sintiese que estaba allí, gracias por ser quien sois y compartir conmigo algún instante.
También a quienes desde el recuerdo e imaginación os traje a la memoria para que me contaseis algo o simplemente me hicieseis compañía. Sin vosotros el camino hubiese sido distinto, y no lo cambio por nada.
Sed felices