Volví a sentarme para despedirle. Y para esperarle. La tarde se iba con los grillos. En los charcos, se arrastraban las últimas luces hacia la orilla opuesta acompañadas de las sombras de los árboles que se iban haciendo pequeñas.
Esperé al manto de lucecitas con su gran farol blanco, alguna rana de verano cantaba de contenta por el festín de mosquitos que se le avecinaba.
Intenté que la hora mágica no me trajese recuerdos, prefería dejarlos dormiditos soñando su tiempo. Así, me dispuse a esperar tejiendo, con las sensaciones, un mapa que me uniera al momento: ahora estrella, ahora tierra, ahora yo entre el cielo y la tierra.
En esto quedé dormido, soñé que era un lobo subido a una meseta, sentado, aullando al valle, que el grito caía en oídos atentos emprendiendo la ascensión hacia donde yo estaba. El sueño acabó con la imagen de una majestuosa loba subiendo por la colina mientras yo miraba su viaje.
Me volvió a despertar la luz y volví a mirar al horizonte corriendo, pero el sol me engañó de nuevo dándome un toc-toc en la cocorota con uno de sus largos rayos.
Mañana le engañaré yo y lo esperaré por el lado contrario al que se fue. Verás que susto le doy!.