miércoles, enero 31, 2007

Ana

Unas navidades decidí ver los mares del sur en invierno, mochila, pocas pelas y allá que me fui. Corría la década de los ochenta cuando todavía no se escuchaba el chill out pero podías tomar unos finos con pescaitos mientras oías cantar puro flamenco por las tabernas, con los ojos muy brillantes cargados de aguardiente. Tras las interminables horas en tren de aquel que llamaban correos, desembarqué en las costas de Cádiz, paseos fríos por las marismas tras encontrar una pensión barata donde poder dejar la mochila y darme una ducha. Hasta para mi era demasiado frío todo, así que decidí continuar viaje a Sevilla.
Unas llamadas de teléfono para ponerme en contacto con una amiga estudiante, ella tenía un piso compartido en la ciudad y como eran fiestas podía dejarme la llave, que me la mandaba con el autobús de su pueblo.
Estuve en la estación de autobuses, hasta que llegó el último bus de la noche, hablé con el conductor quien se empeñó en contestarme en andaluz cerrado y no le entendía. No habían llaves, eso lo deduje, más tarde me explicaría la chica que, como era 28 de diciembre pensó que era una inocentada. Cines, paseos ante los escaparates vestidos de fiesta y a un portal alejado donde pasar la noche junto a las “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar . Tragué palabras entre frío y lluvia, como los conquistadores.
Al día siguiente desaparecí de allí, autobús y destino a un pueblito de Huelva. Tenía una amiga en aquel pueblo, Ana, pasaría la Noche Vieja en su casa.
Tres mujeres me esperaban en la estación, su hermana, su madre y ella. Se empezaba a sentir calorcito. Entonces era vegetariano, recuerdo todas las explicaciones que tenía que dar donde quiera que fuese sobre la decisión de no comer carne, la dificultad en los restaurantes y la incredulidad de todo el mundo. Con ella descubrí el cante, el flamenco bailao y una despedida de año con todo el pueblo en la plaza. Y sobretodo, sentirse acogido en lugares lejanos.
Ana ha estado estos días por mi tierra, hace mucho que no sé de ella, es lo que tienen las separaciones. Tal vez haya preguntado por mí, de cualquier forma, los dos aprendimos algo juntos y ahí está la permanencia, junto al cariño.


1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Yo creí que te habías ido a la Polinesia y no, resulta que era mi sur. ¡Ay, el sur! ¡Cómo lo echo de menos! Está bonito en invierno ¿verdad? El mar, sobre todo el mar... Y esos amigos lejanos que permanecen siempre tan cerca...

Gracias por el relato, que me evoca tantas cosas.

Un beso.

P.D: Lo de ser vegetariano en el sur sigue siendo difìcil. Creo que nos gusta demasiado el jamón ;)

7:06 p. m.  

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